jueves, 24 de junio de 2010

Los Mochica: Los señores de la Muerte









La cultura mochica existió en una zona desértica al norte de Perú, entre los años 100 y 800 D.C., es una planicie entre la Cordillera de Los Andes y el Océano Pacífico que no tiene más de 50 km. De ancho.

La inteligencia del ser humano supo adaptarse a las hostilidades geográficas. Recurrieron al mar, a la caza de animales y la recolección de vegetales silvestres como fuentes de vida. Sin embargo, impresiona el grado de desarrollo agrícola que logró desafiar a la naturaleza.

Utilizaron las aguas de los ríos que bajaban desde la cordillera para cultivar algodón, maíz, porotos, maní, papa, mandioca, pimiento, ají, calabazas, pepinos, camote.

Combatieron la aridez de los suelos, edificaron pozos para el agua y transportaban toneladas de guano desde las islas para fertilizar sus tierras. Esto les permitió comer frutos como lúcumas, papayas, chirimoyas, guanábanas y paltas.

Pero sin duda, el legado más importante dejado por los mochicas radica en la variadísima obra realizada en cerámica. Se trata de objetos creados especialmente para acompañar al difunto a la otra vida y los de uso doméstico. Los primeros, de gran belleza y perfecta técnica; los segundos, muy inferiores y menos elaborados.

Manos hábiles

Gran dominio plástico y técnico se encuentra en la alfarería moche, producida en serie, por el uso de moldes.

Sobre una forma básica el especialista comenzaba a crear, aplicando elementos que la convertirían en única. Utilizaban variedad de modelados, grabados, pinturas y otros cuantos acabados. Luego venía el proceso de cocción a altas temperaturas.

Notables son los logros alcanzados, la variedad de motivos representados; a pesar del uso del molde, no hay repeticiones.

Su repertorio es amplísimo y retrataron de todo: frutos, animales, hombres y mujeres en diferentes actividades y actitudes; divinidades con rasgos animales y animales con rasgos humanos, pájaros, cerros, olas, casa y todo lo que ofrece la vida real.

Para el arqueólogo Lanning, los mochicas “fotografiaron” más de “35 especies de pájaros, 16 de mamíferos y 16 de peces, además de una gran variedad de otros animales”.

En la metalurgia también fueron diestros, siendo admirados y cotizados en el mundo andino. Máscaras, orejeras, collares, cetros, copas, cuchillos, cinceles, vestimentas y otras cuantas joyas resplandecían sobre el cobre con baños de oro y plata. Esto nos indica que tenían pleno conocimiento sobre las cualidades de los metales.

Con sofisticados procedimientos físico-químicos y electroquímicos lograban darle a estos objetos una apariencia de oro y plata maciza, a pesar de que muchas veces eran delgadas láminas.

Los textiles de esta cultura son menos conocidos, son pocos los ejemplares que han perdurado a través del tiempo.


Realizados con materias primas provenientes de fibras de animales y vegetales, con urdimbres de algodón y tramas de lanas de camélidos, muestran una inclinación figurativa en los modelos escogidos.

Sea cual fuere el material, la riqueza de formas y ornamentos, la variedad de las representaciones hacen pensar en la necesidad de estos antiguos individuos por mostrar todos los aspectos de la vida cotidiana.

Pero los especialistas más actuales sostienen que el verdadero énfasis radica en el carácter no profano del arte y su estrecha relación con el mito y el ritual. El colocar todos estos elementos en una tumba para acompañar a s muerto, no era casual.

Estos debieron estar relacionados con la cosmovisión de los individuos y cada unote ellos tenía un especial significado.

Hacia el Más Allá

Como pueblo tuvo una organización muy estructurada y jerarquizada. Notados nacían iguales o con los mismos derechos.

Mientras una minoría mandaba, la mayoría trabajaba. Esta política se evidencia en la construcción de los centros ceremoniales.

Con vehemencia, fuerza y temple levantaron pirámides con una finalidad divina y como morada para ciertos “escogidos” de las clases altas.

En el Vale de Moche cerca de Trujillo, se edificaron pirámides escalonadas: la huaca del sol y la de la luna. La primera alcanza 42 metros. De alto, con una base de 340 metros de largo por 160 metros de ancho. En si construcción se ocuparon aproximadamente 140 millones de adobe rectangulares.

Estas pirámides hoy día nos revelan secretos que difícilmente pueden ser descifrados en su totalidad. Sirvieron como sepulturas de personas que tenían rango superior, el cual iba acompañado de ricas ofrendas funerarias consistentes en exquisitos y variados objetos.

El ejemplo más elocuente es el descubrimiento de la tumba conocida como el “Señor de Sipán” ubicada en el valle de Lambayeque. Fue depositado en el interior de una pequeña pirámide. Junto a él habían tres hombres y una mujer. La tumba principal contenía un sarcófago de madera unido con ganchos de cobre. En él descansaban los restos de un personaje de unos 30 años edad, envuelto en telas adornadas con metales confeccionados con miles de cuentas de concha y minerales de cobre. Oro y plata relucían en collares, aros, máscaras y toda suerte de objetos que lo acompañaban al más allá.

En esta especie de industria de bienes funerarios, no se les escapa nada, incluso la música está presente: instrumentos musicales y objetos que representan músicos. Es así como los moche copan y saturan todos los sentidos en torno a este fin último que los motivó durante toda la vida y según ellos se mantendrá infinitamente.

Este proceso de la muerte, para los mochicas tenía 2 partes. El morirse y el estar viviendo en la muerte. El morirse es un cato violento, es un viaje de ultramar, sobre el mar o navegando hacia un destino desconocido. Los estudiosos insisten y coinciden en recalcar que para este viaje se requiere de una materialidad muy elaborada.

El señor en su tumba se lleva lo superfluo, que parece indispensable a su condición. Se acumula para su muerte, para un viaje que requiere de un arsenal de la ostentación.

En consecuencia, estas tumbas son unas verdaderas odas al poder que no se acaba ni con la muerte.

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